La revolución digital ha condicionado fuertemente la forma de expresarse, participar y relacionarse de los seres humanos. La pandemia de COVID-19, junto con las medidas de confinamiento adoptadas desde principios del 2020, han influido en el incremento de las relaciones sociales virtuales y han transportado a las redes actividades humanas de todo tipo.

Eso ha conllevado la multiplicación de nuevos espacios de socialización, negocios, aprendizaje y activismo. Estos espacios no son inmunes a las violencias machistas y a la discriminación por raza, clase, sexo u orientación sexual. Es más, las características intrínsecas de estos espacios pueden favorecer la vulneración de derechos humanos y el propagarse de la violencia.

El anonimato, la exposición constante y la sensación de impunidad a las que parecen estar sometidas las relaciones sociales en el entorno digital generan un caldo de cultivo ideal para que los colectivos más vulnerables sean víctimas del discurso de odio y todo tipo de discriminación y violencia, empezando por la violencia sexual que pueden sufrir las mujeres y las niñas online.

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